BELLO

De los muchos ilustres venezolanos que han dejado huella en la historia, por su acción, visión, y/o conocimiento, hay un nombre en particular que ha captado mi atención desde hace un tiempo.

Andrés Bello, caraqueño de la época colonial, fue uno de los más importantes humanistas del continente americano, habiéndose dedicado a la lingüística, poesía, política, filosofía y derecho.

Su vida transcurrió entre Caracas, que era considerada una de las ciudades más cultas de las colonias españolas; Londres, capital del “imperio” inglés; y Santiago de Chile, donde finalmente consagra la mayoría de su grandes obras. Y es que precisamente de esta importante combinación ilustrativa surge esa visión modernista que lo hizo resaltar.

Claro está que, bajo estas referencias, la mayoría de las personas lo considera no sólo de los más importantes frutos intelectuales del país, sino un emblema de las letras castellanas. De aquí mi interés.

Así como es muy común actualmente encontrar todo tipo de errores y horrores ortográficos en las redes sociales y páginas web interactivas que, en verdad, para los amantes del buen escribir son una crasa perturbación visual; también se ha popularizado la costumbre de corregir y colocar una imagen estilo “meme” de un Andrés Bello llorando lágrimas rojas y con algún mensaje sobre cómo debe estar sufriendo en su tumba por la sola osadía de confundir, por ejemplo, el haya de haber con el halla de hallar, encontrar.

Y ahí es donde, personalmente, sonrío ante la ironía.

En el año 1823, fue publicada en Londres la reforma lingüística propuesta por Andrés Bello con el colombiano Juan García del Río como coautor, bajo el título “Indicaciones sobre la conveniencia de simplificar la ortografía en América”.

Contrario a lo que pueda esperar la gente de este “conservador” y erudito humanista, la propuesta buscaba deshacerse de todas aquellas letras cuyo uso consideraba innecesario y que llevaban a confusión en la escritura; por ejemplo, la “h” muda y la “u” después de la “q” son letras prescindibles, así como la “z” podría sustituir a la “c” sibilante, la “i” a la “y” como vocal y la “j” a sus semejantes fonéticos con “g” y “x”.

En conclusión, si quisiéramos abanderar sus propuestas, lo que escribimos no sería nada Bello.

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HIPERCUBO

Con 24 caras, 32 aristas, 16 vértices y 8 celdas cúbicas, el hipercubo es una figura polidimensional equilátera, definida como un cubo desfasado en el tiempo (el conjunto de puntos por los que pasa en cada instante).

Si su descripción es compleja, intentar imaginarlo es una misión imposible, ya que es un objeto perteneciente a un espacio tetradimensional que nuestras mentes configuradas en 3D no logran visualizar. En un intento de simplificación, se ha sugerido un modelo de dos cubos unidos por sus vértices haciendo la acotación de que todas las aristas son de igual tamaño y los ángulos, rectos.

Aunque parezca un conocimiento totalmente aislado, los amantes de la ciencia ficción han estado en presencia de este concepto, tal vez sin notarlo.

Entre las muchas películas, series, y novelas en las que ha aparecido, y bajo su segunda denominación, o lo que sería ahora su nombre artístico; el Teseracto se dio a conocer por muchos como el cubo cósmico de alto potencial energético que da argumento a la película The Avengers (Los Vengadores).

También un interesante ejemplo de este concepto de cuarta dimensión es el uso filosófico-metafísico que le diera Dalí en su obra “Crucifixión” o “Corpus Hybercubus”, donde se ve representado un Cristo en un desarrollo hipercúbico flotante.

Teseracto

Corpus Hypercubus. Dalí

ANTIKYTHERA

En 1901, un grupo de científicos recuperó los restos del naufragio de un barco romano cerca de la isla griega Anticitera.

Entre la gran cantidad de obras de arte y esculturas helénicas halladas, el arqueólogo Valerios Stais encontró un engranaje metálico muy corroído; el primero de los 81 fragmentos que serían ubicados posteriormente y que conformarían uno de los mecanismos más interesantes de la historia.

Para su estudio se organizó el proyecto Antikythera, dirigido por un equipo de científicos griegos e ingleses que se encargaron de estudiar, reconstruir, datar y analizar el funcionamiento del dispositivo.

Al examinar en detalle las piezas y las letras en su superficie, se ubicó su fecha de creación entre los años 150 y 100 a.C.; se logró realizar una reproducción fiel en bronce y finalmente armar el mecanismo, cuya complejidad se creía imposible para esa época.

Aunque existen varias teorías, la mayoría de los científicos concuerdan en que este aparato es una calculadora astronómica muy precisa, capaz de predecir la posición del sol y la luna, la órbita de los planetas Venus y Mercurio, las fases lunares y los eclipses solares y lunares, usando los modelos epicíclicos de Hiparco y Apolonio de Pérgamo.

La información brindada por el mecanismo de Anticitera no sólo permitía el desarrollo de los estudios astronómicos, sino que tenían una aplicación en la vida cotidiana: en la Grecia antigua, las fechas importantes eran establecidas según los astros, así como los festivales agrícolas y religiosos. De estos eventos, probablemente el más conocido es la celebración de los Juegos Olímpicos, cuya fecha de inicio correspondía a la calculada como la última luna llena antes del solsticio de verano, cada cuatro años.

Izq. Engranajes recuperados del barco romano. Der. Réplica en bronce del Mecanismo de Anticitera.

PATMOS

Para el viajero frecuente, uno de los destinos turísticos casi obligados es sin duda el recorrido por las Islas Griegas. Muy populares en la actualidad, estos archipiélagos son conocidos por sus paradisíacas playas y típicas edificaciones totalmente blancas construidas muy cerca del mar, que en conjunto brindan un paisaje de ensueño. Por supuesto que, si a esto le sumamos la historia y mitología propia del país helénico, encontramos un lugar perfecto para vacacionar.

Elegir entre las más de 2000 islas puede resultar un tanto engorroso, por lo que generalmente se venden paquetes que incluyan las que se consideran más importantes o llamativas, como Mykonos, Creta y Rodas, además de una visita a las ciudades Atenas, Esparta y Olimpia en la Península del Peloponeso.

Entre el grupo de islas, llamémoslas “menos conocidas”, que no son necesariamente mencionadas por los agentes de viajes, se encuentra Patmos del archipiélago del Dodecaneso.

A simple vista pareciera no ostentar de mayores bondades que el resto: un par de poblaciones importantes, un único puerto y hermosas playas;  sin embargo, esta isla fue testigo del origen de una de las más conocidas historias de la humanidad.

Hace unos 2000 años, en una cueva de la montaña más alta de Patmos, se dice que Juan recibió un mensaje de Dios a través de una hendidura en la roca. Le dictó estas terribles visiones al joven aprendiz que le acompañaba y así se escribió el último libro de la Biblia: el Apocalipsis.

Roca en la Cueva de Juan de Patmos donde se escribió el Apocalipsis

MARIANNE

Una hermosa mujer francesa, cuyo nombre al parecer contrae los comunes Marie y Anne, de tez jovial, rasgos finos  y cabello ondulado acomodado bajo un gorro frigio escarlata, más que una imagen es un importante símbolo que seguramente todos hemos visto sin notarlo.

La Revolución Francesa no sólo fue esa protesta social de un pueblo indignado y empobrecido contra la nobleza imperante que derrochaba sin reparos y que mal cuidaba los intereses de la nación y su gente; sino que representó un movimiento cuyo significado transcendió con la exigencia del que sería su lema abanderado “Libertad, Igualdad y Fraternidad”, frase que es ahora conocida en todo el mundo.

Y es aquí donde nuestro personaje toma su forma. Aunque los orígenes de Marianne datan de la antigüedad, cuando los libertos romanos enarbolaran sus gorros frigios idénticos en nombre de la virtud recibida, cuando las batallas más medievales se representaron guiadas por una valerosa mujer a veces con espada, una balanza o seguida del león y el borrego; fue la Revolución la que forjó la imagen que hoy sigue enalteciendo a Francia al representar la permanencia de sus virtudes y valores, fortaleza, protección y unidad.

Aunque tuvo sus traspiés y ciertos aristócratas contrarrevolucionarios intentaron desaparecer su imagen, los que se identificaron con Marianne la mantuvieron presente con monedas, pinturas y estatuas en cada pueblo. De hecho, los ayuntamientos franceses desde el siglo XX hasta el presente, han instalado su busto con varias de las versiones conocidas (con y sin gorro, o portando una corona de espigas), siendo los más recientes esculturas que han tomado rasgos de famosas actrices y modelos del país.

Claro que, como en todo, siempre hay una obra maestra que sobresale entre todas las representaciones que se han hecho. En este caso destaca una Marianne de grandes dimensiones, maravillosa, soberbia y verdosa: la Estatua de la Libertad de Nueva York.

GUERRA DE LAS CORRIENTES

Cuando de guerras se trata, hay muchas batallas épicas de la historia que vienen a la mente, donde una gran cantidad de hombres murieron con heroicidad defendiendo intereses de una nación, una línea de pensamiento, o incluso de un solo líder tirano. Pues la Guerra de las Corrientes no es una de éstas.

El siglo XIX fue la época dorada para la ciencia, que vio nacer los más importantes descubrimientos e inventos de la mano de las personas más brillantes, ingeniosas y enérgicas.    Y es precisamente de  esto de lo que trata: energía, específicamente eléctrica.

Probablemente la referencia nos lleve a recordar el afamado nombre de Thomas Edison, inventor estadounidense a quién se le atribuye entre otros, la bombilla incandescente; sin embargo, la historia de las corrientes va más allá.

Nikola Tesla fue también un genio de la materia, nacido en Croacia aunque es probable que se le renombre por su nacionalidad norteamericana adquirida. De inteligencia destacable, increíble memoria y una gran habilidad para concebir diseños novedosos sin siquiera tener que esbozarlos en papel, personalmente también lo considero una persona con mala suerte.

En 1880 se inició la batalla por el dominio del incipiente mercado eléctrico. Edison abanderando su propuesta de Corriente Continua y Tesla, la Corriente Alterna. A nivel científico, la CC resultaba ser la menos adecuada, ya que la transmisión de lo que se consideraba el alto voltaje de la época era difícil, costoso y presentaba grandes pérdidas por disipación; problemas que solventaba la CA con un transformador que variara el voltaje.

Como todo digno enfrentamiento, había un resentimiento entre los contrincantes, que ya tenían su historia[1], y ciertas tramoyas salieron a relucir: la imagen y buenas relaciones públicas eran de lo más significativas para obtener victoria, por lo que, en una vil intención de desprestigio, Edison auspició el diseño de la silla eléctrica con CA, demostrando así el peligroso daño que ésta podía infligir.

Sin más, Tesla hizo una demostración pública haciendo pasar CA por su cuerpo sin sufrir maltrato, terminó por recibir el codiciado contrato que se disputaba, y le puso fin a esta guerra.

¿Por qué le considero infortunado? Porque su nombre nunca tuvo la refulgencia merecida, su paga siempre fue escasa y varias de sus ideas robadas (cabe resaltar que aún teniendo las patentes de invención de la radio a su nombre, la historia muchas veces recuerda al italiano Guglielmo Marconi como su autor, que ganó el Premio Nobel de Física por dicho logro). Además, su actuación en esta guerra fue realmente bajo el nombre de la compañía Westinghouse Electric para la que trabajaba, aunque nadie le retira su importante asalto triunfal ante Edison.

Guerra de las Corrientes

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[1] Nikola Tesla trabajó para Thomas Edison años atrás; había diseñado, mejorado e incluso resuelto grandes problemas de su compañía bajo la promesa de una suntuosa paga que resultó ser, según el propio Edison, una muestra del “sentido del humor americano”.

CALIGAE

Las legiones romanas del primer siglo, no sólo fueron reconocidas por los triunfos que le brindaran a su Imperio, sino también por el ingenio característico que les permitió solventar sus necesidades con practicidad.

Una de estas situaciones de prioridad, sin duda, fue el calzado. Con un territorio tan vasto que defender, el ejército debía movilizarse con agilidad de un extremo a otro y se volvió ineludible el requerimiento de un diseño que permitiera el desplazamiento y protegiera a la vez.

Las cáligas surgen entonces como las botas de marcha de la época, hechas con correas de cuero que ataban el pie y tobillo permitiendo el paso del aire y una suela cubierta de clavos de hierro que brindaba tracción y servía de armadura e, impresionantemente, no producía ampollas.

Cabe la pregunta de por qué resulta llamativo hablar de esta sandalia, y la explicación es verdaderamente simple: su simbolismo. Es una imagen propia romana, reconocida por todos y que representa la grandiosidad y expansión del que llegaría a ser el imperio más sólido del mundo.

Además, no es por todos sabido que la magnificencia del nombre con el que se conociera a aquel gran emperador, tirano y malvado según algunos, deriva del diminutivo cariñoso relativo a sus pequeños zapatos, que le pusieron los soldados a los que acompañó desde muy joven: Calígula.

CLASE OLYMPIC

La White Star Line fue una compañía británica de navegación fundada por John Pilkington y Henry Threlfall Wilson en 1845, en Liverpool. Con un inicio económicamente tambaleante y la inminente bancarrota, terminó por hallar estabilidad a manos de su siguiente dueño, Thomas Ismay y su sólido contrato con el astillero Harland and Wolff.

Impulsados por la competencia que suponían los grandes barcos Lusitania y Mauretania de la Cunard Line, que brillaban por su velocidad y habían cosechado gran éxito con sus recorridos, La White Star decidió dejar atrás la idea de los típicos buques de comercio y apostó por la magnificencia y confort. Así surgió la Clase Olympic.

Bautizados bajo el nombre de las razas mitológicas griegas, se construyeron los trasatlánticos Olympic, Gigantic y Titanic.

Imponentes por su tamaño y luciendo como los más lujosos de su tiempo, prestaron un servicio pensado principalmente para los más nobles y adinerados. Fue tal vez esta misma muestra de poder y arrogancia lo que les deparara un porvenir reconocido, pero trágico.

Poco recorrió el Titanic para alcanzar su fatídico destino el 15 de abril de 1912, cuando su ostentoso armazón metálico colisionara con un iceberg del Atlántico. En un supersticioso intento de salvarle, el Gigantic fue rebautizado como Britannic por el ingeniero a cargo del diseño, Thomas Andrews, pero esto no evitó que terminara por hundirse al iniciar su sexto viaje, mientras funcionaba como buque hospital durante la Primera Guerra Mundial. Por su parte el Olympic, que fuera el primero de los 3 en tocar puerto, sólo vivió un incidente de magnitud que ameritó reparaciones de urgencia, mas nunca llegó a tocar el fondo oceánico.

En el marco de lo que los escépticos llamarían coincidencia, “Futilidad” o “El Naufragio del Titán” de Morgan Robertson (1898) sale a relucir como una novela que muchos han considerado predictiva por las similitudes que presenta el hundimiento del transatlántico protagonista, el Titán, con la situación que viviera el Titanic 14 años después. También cabe la famosa frase que, según dicen, pronunciara la pasajera Sylvia Caldwell momentos antes de embarcarse: “Dios mismo no podría hundirlo”, cuya presunción igualmente le señalaba al navío un futuro poco promisorio.

Podría ser entonces, que cierta predestinación se cerniera sobre la elegante flota de la White Star: igual a como sucediera en la historia griega, que narra la derrota y exilio al inframundo de los gigantes y titanes frente a los dioses del Olimpo, sólo éste sobrevivió a la tragedia.